jueves, 8 de marzo de 2007

Historia de amor



La princesa Gara era la hija del Mencey de la Gomera, y la más hermosa de las mujeres que nunca han existido. Sus cabellos tenían el negro profundo de las arenas volcánicas, y sus ojos eran del mismo color que el mar que las acaricia. Tenía el sol en su sonrisa y las estrellas en su mirada. Por eso todos los jovenes de la isla la querían como esposa. Pero la princesa Gara no quería casarse con ninguno de ellos, porque desde que era una niña veía en sus sueños el rostro del único hombre que sabía que podria amar.
El principe Jonay nació en la Isla Grande, hijo de un poderoso Mencey, y era el más apuesto de los hombres que nunca han existido. Sus cabellos tenían el dorado vibrante de los campos de trigo y sus ojos eran algo parecido a dos lagos limpios que lo reflejan todo. Tenía el dulzor del vino en sus labios y el fuego de un volcán en la mirada. Su padre tenía miedo de ese fuego, y por eso buscaba desesperadamente el agua que lo apagara. Quería casar a su hijo con una mujer apacible que calmase al dragón, pero Jonay no quería casarse con ninguna de ellas, porque desde que era un niño veía en sus sueños el rostro de la única mujer que sabía que podía amar.
Gara y Jonay compartían sus sueños.
Él sabía que ella vivía en la Isla Chica.
Ella sabía que él vivía en la Isla Grande.
Pero no podían hacer nada más que esperar…
Ante la insistencia de su padre para que tomase marido, Gara decidió que si no podía tener al joven que aparecía en sus sueños, no sería de nadie. Así que se convirtió en una Mujer Sagrada, intocable para los hombres.
Y ante la insistencia de su padre para que tomase mujer, Jonay decidió partir a la Isla Chica en busca de su amor. Así que hizo una barquita de juncos y navegó hacia allí, y los delfines le acompañaron todo el camino y le enseñaron la canción de las olas.
Jonay recorrió la isla entera buscándola. Caminó dias y noches, sin descanso, preguntando a todos por ella. Pero nadie sabía nada.
Preguntó al viento donde estaba la mujer más hermosa del mundo, pero el viento se alejó silbando su canción y nada le dijo.
Preguntó a las nubes dónde podía encontrar a su amor verdadero, pero las nubes se deshicieron en lágrimas de lluvia y nada contestaron.
Preguntó a las gaviotas dónde podía buscar la mujer con ojos de mar, pero las gaviotas soltaron su grito melancólico y callaron.
Ya hacía mucho que la buscaba cuando se internó en el bosque más oscuro, donde el tiempo parece parado y las nubes se enredan en las ramas de los árboles. Casi empezaba a creer que nunca la encontraría, y entonces la oyó. Una voz suave, como el murmullo del viento en las ramas, como el sonido del agua, que cantaba. Jonay siguió el rastro de aquella voz hasta llegar a un claro inundado de luz y allí, por fin, la encontró. Y, por fin, reconoció a su sueño. Y ella le reconoció a él. Y se besaron, como no podía ser de otra manera.
Pero Jonay no sabía que Gara era una Mujer Sagrada y que siempre había hombres guardandola. Y los hombres surgieron entre los árboles como sombras y los rodearon. Pero Gara y Jonay pudieron huir y se ocultaron en los bosques sin nombre que hay en el corazón de la Isla Chica. Allí fueron felices, durante un tiempo, al menos. Se amaron como criaturas salvajes, sin normas, sin leyes. Vivieron aquellos pocos días con más intensidad que la mayoría de nosotros en todos los suyos. Porque sabían que no era para siempre.
Un día subieron al punto más elevado de la isla, y desde allí vieron que los habían descubierto. Que estaban rodeados. Que no había escapatoria.
Y tomaron una vara de brezo y con ella hicieron una estaca de dos puntas.
Y pusieron la estaca entre los dos, con las puntas apuntadon a sus corazones.
Y, al oir las voces de sus perseguidores, se abrazaron.
Cuando los cazadores llegaron los encontraron juntos. Sus sangres eran ya una sola, sus cuerpos un cuerpo, porque su amor había nacido en sueños y ya nada podría separarlos.
Ni tan solo sus nombres se pueden separar ya.
Porque desde aquel día, los bosques sin nombre de la Isla Chica se llaman Garajonay.

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